domingo, 13 de diciembre de 2009

Alzheimer

Siempre me han gustado esas manos que ahora se engarfian, moteadas y torpes.

Sé que cocinaban con pulcritud, con gesto prusiano. Recuerdo cómo, en una coreografía lenta, santiguaban a su dueña cada día. Las sentí acariciar mi cabeza infantil, las vi tejer chaquetas diminutas.

Aquellas manos se deslizaban sobre el piano e interpretaban a Chopin, aunque preferían los zorzicos que traían de vuelta el hogar norteño abandonado.

Hoy se agarran con fuerza entre sí. Se retuercen, y les da miedo tocar a nadie, porque no están muy seguras de si ese señor que contesta de modo algo brusco será su hijo o un desconocido que viene a llevárselas lejos, harto de que le cuenten cómo les gustaría volver a ver a su madre mientras preguntan -otra vez- quién es la niña que sonríe en la foto.


viernes, 11 de diciembre de 2009

J.

Me pidió que viajase con él. Me prometió enseñarme los rincones más románticos: juró que huiríamos de los parisinos ariscos y beberíamos vin rouge a morro. Me comparó con una pintura intuida que por fin puede contemplarse en su esplendor.

Fue sincero, y sencillo.

Fue un encanto.

Tú me miras en silencio, mientras él se retira.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Panorama

El de mirada torva y aspecto de jugador de rugby escocés resultó ser un camionero gallego emigrado a Andorra que pagó todas las copas sin alardes. El que lucía una barbita cuidada apenas podía controlar sus torpísimas manos. Y, como las puso en todas las mujeres que le rodeaban, acabó bailando sólo: nos gusta la dedicación, amigos.

El autodenominado "number one" era simpático, pero estaba demasiado borracho; y yo no sé mantener conversaciones inconexas con desconocidos. Sin embargo, reconozco que en confianza puedo balbucear incongruencias como la mejor.

El de la esquina que se comunicaba a través de notas borratajeadas se retiró pronto y me quedé con las ganas de saber cómo acababa la historieta.

Al volver a casa pensaba en ti. Auch. No vuelvo a beber.

martes, 1 de diciembre de 2009

Vernissage

No, para brillar no hace falta adornarse de adverbios de humo, de léxico que no atina; como una flecha ornada con tantas plumas que apenas vuela una milésima de segundo antes de caer a plomo.

Qué suerte tener tanto por leer, cuántas películas he de llorar aún, y qué de músicas me quedan por escuchar mientras me quedo sin respiración.

Qué suerte saber que, a pesar de los pesares (de esta sociedad), sobrevive la autenticidad en algunos creadores.

El pan de oro se ponía por debajo de las pinturas: el Maestro rascaba despúes y lo hacía surgir, armonioso. Ese es el truco: lo que está a la vista no es real.