Tuvo que hacerlo. En realidad apenas le costó dejar de pensar en ella, o en un hipotético y omnipresente "nosotros". Ni siquiera estaba claro que algo así existiese.
Culpemos a la estética: "No pretendo justificarme, pero llevaba un chaleco negro, y un sombrero del mismo color. Ella era negra, también, y sonreía a todos los hombres. Luz en su mirada y en su voz".
Comprensible. Jamás se le culpó de deslealtad.
La venganza se reduce, ahora, a un himno bajo la ducha:
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Oh, ¡hay vida!