lunes, 31 de agosto de 2009

Asidero

Te estaba esperando: sabía que llegarías pronto. O tarde. Pero seguro.

El momento era casi lo de menos, si ya he aprendido a domar el tiempo, a hacerme fuerte en la espera, a aliarme con la lentitud del segundero armada de aficiones: trincheras ante el aburrimiento, espías de la inconsciencia.

Te miraba de lejos casi burlona, porque te he conocido antes de encontrarnos, y te he reconocido inmediatamente.

Por mucho que pese la realidad, es todo bastante maravilloso.

viernes, 21 de agosto de 2009

M.

Hay en tí una energía distinta: pausada, quemada y renacida como un fenix, ardiente pero no abrasadora.

No sabía cuando te conocí cómo agradecería el intercambio de confidencias, los abrazos entre el humo, los bailes en que se pierde la consciencia de dónde estás, quién te mira.

Y admiro, sobre todo, tu capacidad para identificar lo que necesito: una conversación liviana, un abrazo reconfortante, la ausencia de ironía en tus juicios.

Me devuelves la fe en la amistad, y con ella cierto amor al ser humano.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Tablas

En algún momento, no sabría decir exactamente cuándo, su sonrisa femenina empezó a parecerle una mueca.

La entrega que ella le demostraba, hasta entonces tan halagadora, pasó a ser una especie de servicio un poco asfixiante, costumbre agradablemente aceptada al fin y recompensada apenas con algún instante de atención.

Se escudó en ese libre albedrío que conforma el acercamiento entre dos seres:"Nada te ata a mí salvo tu voluntad. No voy a pedirte que te quedes".

Debía haber sabido, él, tan frío, cuán inmenso es el poder del despecho.

Debía haber sabido, ella, tan observadora, que nadie le había pedido nada.

La torre, el alfil. Amores imposibles.

lunes, 17 de agosto de 2009

Retorno

Sentada sobre la arena -mullida, ardiente: cúmulo de sol e historias- abrazé mis rodillas, apreté los dientes, cerré los ojos.

En esa oscuridad todo parecía mucho más claro: el golpe de las olas acompañaba mi modorra. Las risas ajenas ya no sonaban tan desagradables.

Sé que no envidio los cuerpos esbeltos, las melenas feroces, los saltos audaces. Tal vez un poco a aquellos pequeños grupos familiares que proyectan, de nuevo, una imagen pictórica debajo de sombrillas azules.

Vuelvo sin saber bien qué esperar.

Y no encuentro consuelo en la costumbre.