domingo, 21 de febrero de 2010

Buen viaje

Tres segundos y tu ausencia ya es como una bofetada. Aún laten los vestigios de tu visita fugaz y yo carezco de fuerzas para fingir que no los veo, así que olfateo los resquicios que guardan tu olor y mantengo un par de días la colilla de tu cigarro de liar en el cenicero, porque te retrata.

Se desarrolla en mí, después, un proceso que ya me es habitual y siempre desagradable: mi cuerpo, tan caprichoso que se niega a encarar otra vez la rutina que le corresponde, cae en una especie de hibernación. Y distingo claramente, al despertar, que estoy otra vez donde me corresponde, agacho la cabeza y me prohibo ensoñaciones inútiles y vuelvo a relacionarme contigo en la distancia, que es -al fin y al cabo- el secreto de nuestro éxito.

domingo, 14 de febrero de 2010

Regalo

Mucha de la belleza de las flores reside en su naturaleza efímera. Al cortarlas empiezan a morir. Llegan a mis manos rebosando color, con la cuenta atrás de los grises aún invisible, pero inevitable y cierta.

El aroma también cambia: al principio es un frescor casi doloroso. Luego se vuelve dulce. Poco a poco la podredumbre se abre camino hasta emanar una clara esencia de muerte que aumenta con cada roce: caricia que desintegra las hojas ya marchitas -funambulistas audaces en un tallo fragilísimo- y por fin virutas que caen sobre maderas nobles: una mesa, un piano.

Supongo que por eso, porque se quedará todo en un recuerdo intimísimo al que jamás podré volver con ningún sentido, me ha gustado tanto tu ramo de flores. Se descompondrá ante mis ojos.

Y aún será hermoso.

martes, 2 de febrero de 2010

Ecuánime

A veces -sólo a veces, cuando no ando sobrepasada por esta veloz concatenación de días- me tomo un momento para ponerme en tu lugar.

Me convierto entonces en el joven que de pronto se ve obligado a trasluchar su futuro por culpa de una ráfaga en forma de muerte, de soledad y de responsabilidades precoces.

Luego creo ser el hombre que paseaba arriba y abajo por la calle en que ella vivía, queriendo atisbar un rizo, o un poco de magnanimidad que jamás llegó. Encarno a aquel que abraza una guitarra casi siempre muda con un nudo en el estómago y planifica tareas rutinarias para que el tiempo pase menos insolente. Ordenado. Ya amanece otra vez.

Cuando soy tú ni siquiera recuerdo que exista alguien como yo y al volver -al mirarme sin dar crédito: ¿quién soy ahora?- sólo espero que mi presencia inesperada suponga cierto espaldarazo de justicia.