jueves, 10 de febrero de 2011

Hogar

El niño se tira al suelo. Patalea de rabia y toma aliento un segundo, antes de continuar su grito. Se le deforma el rostro por el deseo cercenado: está prohibido jugar. Castigo a ese puñetazo traidor.

Se le exige callar. Primero en voz tenue. Después, de modo tajante.

El grito persiste. La madre nota cómo huye su constancia y sin apenas darse cuenta está azotando a su hijo.

Ambos callan. Ella disimula un arrepentimiento que hiere. Le arde la palma de la mano. Y en el silencio se escucha hablar como en una película barata: me ha dolido más a mí.

No reconoce su voz. Ni sabe cómo mirar ahora esos ojos que, de tan nuevos y brillantes, parecen cristal.

El niño -ya no grita- acaricia con sus manitas la cara de esa madre y pronuncia con aliento de olor dulzón unas palabras perfectas: Tranquila, no me ha dolido.

1 comentario:

  1. ¡Maravilloso!

    La violencia no es tan grave -es algo que a veces no entendeis las mujeres-, sino la crueldad: disfrutar con ella.

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Oh, ¡hay vida!