Mis dedos enseñaron a los tuyos que había que acariciar, no apretar. Fuí guiando al índice para que se posara aquí, frené un instante eterno al anular y luego le liberé para que presionase justo ahí. Sonreiste deslumbrado al descubrir la efectividad de esas caricias teledirigidas que ya dominas.
Te fascinan mis secretos, y solicitas siempre verme así: dedicada a mí como cuando no estás, pero te supongo.
El problema es que ahora, cuando empiezo a tocar mi cuerpo, en mis manos estás tú. Y, además de embriagador, resulta todo un poco triste.
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lo estupendo de todo esto, es que siempre recordamos el delinear de la boca de cortázar, y eso es como que esté presente... en cada movimiento fantasma, delicioso y sonriente.
ResponderEliminary eso no es nada triste, claro.
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...siempre tenéis que enseñarnos...
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