Yo nunca había pisado los cantos mediterráneos: jamás había abandonado la arena de terciopelo de las costas norteñas.
Acostumbrada a esas playas, eternas, me sorprendí acurrucada en una breve curva; un paréntesis blanco y gris, brillante, que lamían olas efímeras, golpes de aliento.
No importaba cómo se clavaban las piedras en los pies desnudos: quemaban al sol, estaban vivas.
Escondí una entre mis prendas y nos prometimos volver.
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Precioso post, preciosa canción.
ResponderEliminarLlevo desde principios de septiembre escuchando a Serrat sin parar. Música para el otoño.
Abrazos.
Rubentxo, bienvenido. Como siempre.
ResponderEliminarTambién yo acabo de llegar de vacaciones, y aún me cuesta olvidar el sonido de las olas retirándose de entre las piedras pulidas. Ha resultado toda una experiencia sumergirme por primera vez (qué vergüenza, a mi edad)en el Mediterráneo.
Serrat, por supuesto, sonó en el viaje de ida. Mi copiloto, y encargado de ambientación musical, es un tío con clase.
Besos. Gracias, amabilísimo.
Sí, un mar sin mareas, casi siempre con ridículas olitas, pero por eso mismo, cuando se cabrea te pilla siempre descuidado. Prefiero los mares que te avisan que no te andes con bromas con ellos, pero el "Lago" entretierras tiene también su aquel.
ResponderEliminarTe llevaré a Almería. La playa da asco, pero yo soy muy amorosa.
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