jueves, 25 de junio de 2009

Obras

No puedo pensar en silencio porque cada palabra resuena en mi cabeza y siempre es demasiado clara, demasiado evidente, tan enorme que una me distrae de las demás: pienso "boca", y -salvo que tenga los sentidos entretenidos con alguna melodía de fondo- no consigo salir de eso: de unos labios, la voz, los dientes, la lengua, qué come, qué dice, boca infatil, boca cerrada para siempre, apretada por la ira o abandonada en el borde de un vaso.

Por eso, en cuanto me levanto (al amanecer, o a horas avergonzantes: muerte a la rutina) suena música. Así logro encauzar las ideas.

(Pero esto: este martilleo incesante -la obra eterna bajo mi balcón- me está llevando a una nueva dimensión del razonamiento guiado por los sonidos. Cualquier germen de idea termina, indefectible, con la conclusión de atacar a la cuadrilla y ensañarme, especialmente, con el de la máquina infernal).

2 comentarios:

  1. Una amiga que sufría la misma tortura de un martillo neumático bajo su casa salió al balcón, se subió la blusa y le enseñó las tetas, estupendas, al operario; este se dio con el taladro en un pie y durante un tiempo el ruido de las sirenas de las ambulancias sustituyó a la percusión neumática; por poco tiempo, al día siguiente se produjo una riña entre obreros bajo el balcón para ver quien manejaba el peligroso instrumento. Mi amiga se acabó mudando, pero la obra sigue, creo.

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  2. Impagable, la anécdota de tu amiga.

    Hoy me ha despertado un silencio atronador. He saltado de la cama para disfrutar de nuevo de la paz de mi hogar.

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Oh, ¡hay vida!