miércoles, 29 de abril de 2009

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La arrogancia de los veinte años es prólogo de la inseguridad de la treintena. Creo, incluso, que se relacionan de modo directo y proporcional.

Esa adoración pagana hacia el arrojo juvenil acaba por crear muñones en los deseos: anhelos arrancados sin anestesia. Palpitantes aún, pero débiles y demasiado cercanos a la podredumbre. Condenados por no haberse cumplido ahora, ya, inmediatamente.

Trozos de carne devorados por alguien que se parece demasiado a lo que se era hace apenas diez años.

4 comentarios:

  1. Vaya...
    Qué bajón...
    Espero que no siempre sea así...
    Qué miedo...
    Bufff...
    Ando muy muy muy cerca de la treintena...

    Besos

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  2. Capullos, si ahora es cuando empezáis a ser personas, o humanos. Shakespeare propinía confinar a todos los varones entre 15 y 20 años en islas desiertas. Yo estoy de acuerdo.

    un beso ck

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  3. En cambio, sé de quien opina lo mismo sobre las mujeres mayores de 30.

    Pobre. No sabe lo que se pierde.

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Oh, ¡hay vida!